Lectura del santo Evangelio según san Mateo
En aquel
tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
- «Escuchad
otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una
cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos
labradores y se marchó de viaje.
Llegado el
tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los
frutos que le correspondan. Pero los labradores, agarrando a los criados,
apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de
nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por
último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo."
Pero los
labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo
matamos y nos quedamos con su herencia."
Y,
agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora,
cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le
contestaron:
- «Hará
morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores,
que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les
dice:
- «¿No
habéis leído nunca en la Escritura:
"La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un
milagro patente"?
Por eso os
digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que
produzca sus frutos.»
Palabra del Señor.
A
Jesucristo le gustaba tomar las imágenes del trabajo y de su tierra para
configurar sus parábolas. Así a veces
nos hablaba de rebaños, ovejas y pastores, y otras veces nos hablaba de viña,
vid y uvas.
Un día
habló de una viña suya, que arrendó a unos viñadores mientras se iba de viaje
(Mt. 21, 33-43). Cuando llegó el momento
de la vendimia o cosecha de las uvas, envió a sus empleados a cobrar la parte
que le tocaba, pero los viñadores mataron uno a uno a cada empleado que fue
enviando en dueño. Decidió éste
enviarles a su hijo, pensando que a ése sí lo respetarían, pero muy por el
contrario, lo asesinaron también -nos dice la parábola- para eliminar al
heredero y quedarse con la propiedad.
Jesús
hablaba en ese momento a los líderes del pueblo de Israel. Y al final del cuento les hace saber que
ellos son el pueblo elegido, pero que al rechazar a cada uno de los enviados de
Dios y también al Hijo de Dios, el Reino de Dios sería dado “a un pueblo que
produzca frutos”.
Y
a nosotros los católicos, pertenecientes a la Iglesia fundada por Cristo, Dios
puede hacernos el mismo reproche.
Porque… siendo nosotros el nuevo pueblo de Israel, ¿somos mejores
nosotros que los que estaban ante Jesús en aquel momento?
El Señor
nos dice que nos ha elegido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca
(Jn. 15, 16). El desea que cada uno de
nosotros seamos una viña fructífera que dé buenos frutos. Nos da todo lo necesario, tal como nos cuenta
el Profeta Isaías en una parábola que es preludio de la de Jesús: “removió la
tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas ... y esperaba que su
viña diera buenas uvas” (Is. 5, 1-7).
“¿Qué más
puedo hacer por mi viña que yo no lo hiciera?”
El Señor nos dice que nos da todo, es decir, todo lo que nuestra alma
necesita para dar frutos de santidad, para dar frutos de caridad, para dar lo
que El espera de nosotros. Y... ¿damos fruto?
¿damos fruto bueno? ¿Aprovechamos
todas las gracias que Dios nos da para ser como El desea que seamos? ¿Somos realmente lo que El desea que seamos?
Las
parábolas del Señor son para enseñarnos y para advertirnos. Su advertencia no se deja esperar en ésta: a
los que no den fruto les será quitado el Reino de Dios.
El Reino de
Dios es la vida en Dios. Es la felicidad
perfecta que Dios tiene preparada para aquéllos que den fruto. El Reino de Dios puede comenzar aquí en la
tierra -es cierto- pero llega su plenitud en la eternidad. Sin embargo, de acuerdo a esta parábola, los
que no den fruto no tendrán derecho a vivir en el Reino de Dios ni aquí, ni en
la eternidad. Es para pensarlo bien ¿no?